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El Club de las Gomitas o cómo floreció el amor por la lectura en mis hijos

[/vc_column_text][us_single_image image=»420″ size=»medium» align=»center» animate=»fade»][vc_column_text]Por: Mábel Morales

En un mundo que vive deslumbrado por las maravillas de la comunicación electrónica, parece cada vez más complejo lograr que los niños y los jóvenes de hoy tengan deseos de leer y sientan amor por las páginas de un libro impreso. Esta breve historia, muestra como una dulce estrategia puede abrirse paso en medio de esa complejidad para sembrar un valor que dura toda la vida.

Mis hijos son lo que los expertos en las generaciones modernas llaman nativos digitales. Crecieron sabiendo que hay una cosa maravillosa llamada internet que pone al alcance de los dedos el mundo entero. Por mi parte, yo soy de la generación que llegó a la adultez justo cuando esta misma gran revolución, comparable con la invención de la imprenta, nos cambió la vida a todos.

Pese al innegable bache generacional, hay ciertas cosas que son comunes para mis hijos y para mí y que hacen parte de un tejido fuerte que nos comunica y nos vincula. Una de esas cosas es el amor por la lectura. Hoy mis hijos tienen la edad que yo tenía cuando empezó el apogeo de internet, pero su relación con los libros ya no tiene reversa. ¿Cómo fue posible lograr algo que para tantos padres ha sido un propósito casi imposible?

Todo empezó cuando eran aún muy pequeños. Si bien había dispositivos electrónicos en casa, mi esposo y yo hicimos un esfuerzo consciente por administrar “dosis razonables de exposición a las pantallas” y no permitir que ellas colonizaran por completo el mundo de nuestros pequeños. Por momentos, la tentación de permanecer más tiempo del debido fue motivo de lucha, especialmente cuando oíamos las quejas y las negociaciones a la hora de contarles el cuento para dormir.

Un día decidimos dejar de estar a la defensiva y nos declaramos en ofensiva. Acordamos que al menos cuatro veces a la semana, nos reuniríamos con ellos para tener nuestro propio club de lectura familiar. Se trataba de un espacio solo para leer, recostados en cómodos cojines, cada uno con su propio libro. A mi esposo se le ocurrió que al final de una de las sesiones compartiríamos unas gomitas que una buena amiga de la familia nos regaló sin un motivo especial. “Ahora este es el club de las gomitas”, dijo nuestro niño más pequeño. Así empezó nuestra tradición familiar, una que nos acompañó hasta que los chicos se hicieron grandes. Se volvió un casi un ritual compartir algo dulce al final de la hora de lectura para recordarnos que leer es algo que endulza el intelecto y la vida. Alguien podría decir que sobornábamos a nuestros hijos con caramelos para que quisieran leer. Para nada. La verdad, es que en varias ocasiones se nos olvidaba llevar las gomitas, pero ellos igual querían tener su espacio de lectura y lo disfrutaban tanto como cuando tenían su merecida golosina. El hábito sembrado en sus corazones sigue floreciendo hoy y por eso siempre tienen en su morral o en su mesita de noche algo interesante, emocionante o sorprendente para leer.

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